Desde la Revolución Industrial, que finalizó en la primera mitad del siglo XIX, el ser humano ha experimentado una evolución a un ritmo incomparable con cualquier otra especie, incluidos nosotros mismos hasta ese momento. Y no hablo de una evolución genética, sino conductual. El león sigue cazando igual que hace miles de años y los antílopes siguen corriendo ante la menor señal de peligro, pero nosotros hemos pasado de una dieta basada en vegetales y, de forma ocasional, animales, a consumir constantemente productos ultraprocesados. De consumir por necesidad a hacerlo por ocio, de andar para ir a hacer la compra a que te la traigan en un camión.
Desde la Revolución Industrial, los materiales con los que somos capaces de trabajar también han evolucionado tanto o más que nosotros. Sin embargo, ¿todos los productos obtenidos de estos avances son beneficiosos? Depende de la situación, del tipo de obra, del presupuesto y de otros factores. La materialidad de una obra es fundamental y es en este apartado donde el uso de recursos naturales resulta una buena solución, especialmente en la vivienda, puesto que es el lugar que más horas habitamos. Pero, ¿qué es un material natural? ¿Cómo se diferencia de uno artificial? Al final todo se reduce a materia, a química, y no hay nada más natural que la química. En su ensayo Lo natural y lo artificial Marta Fehér define material artificial de la siguiente forma:
“las estructuras artificiales son aquéllas cuya probabilidad de emergencia espontánea (bajo sus condiciones dadas, en su ambiente) es extremadamente reducida y se opone a, aunque no está excluida por, el principio de entropía. Son las que, entonces, existen gracias a la intervención de un ser inteligente (un ser que es capaz de pensar teleológicamente y tiene capacidad predictiva).”
Es decir, la única diferencia entre un material natural y uno artificial es la probabilidad de surgir de forma espontánea. Entonces, ¿por qué elegir materiales naturales?
Pues bien, estos materiales, como la madera o la piedra, llevan con nosotros desde nuestro origen, hace unos siete millones de años, cuando una especie llamada comúnmente Toumai pisó la tierra del Chad por primera vez. Desde entonces hemos evolucionado junto a ellos haciendo que nuestro organismo se adapte perfectamente. El contacto con la piedra y la madera nos conecta inmediatamente con nuestro ser más primitivo.
Por otro lado, reportan varios beneficios para la salud. Al introducir estos materiales en nuestra vivienda evitamos los residuos tóxicos que liberan otros, por ejemplo, el plástico. Además, la madera, la piedra y las fibras naturales son porosos, por lo que contribuirán a la transpiración de la casa y regularán de forma natural la humedad, evitando así la generación de mohos y bacterias.
Otra de las grandes ventajas es, sin duda, que contribuyen a la sostenibilidad del planeta. Durante muchos años el sector de la construcción ha tenido un papel protagonista en la contaminación del aire y el agua, es por esto que ha llegado el momento de revertir esta situación. Además, pienso que hoy en día para considerar un diseño como óptimo debe cumplir ciertas condiciones de sostenibilidad. Al fin y al cabo, un buen diseño tiene que ser eficiente y aprovechar los recursos disponibles. En la naturaleza, donde se puede observar el mejor diseño del mundo, esas características son intrínsecas. Cada diseño de la naturaleza es el más eficiente de los diseños. Por ello, debe servir de modelo e inspiración para los diseñadores.
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